“La vida” de Augusto Branco


Ya perdoné errores casi imperdonables.
Intenté sustituir a personas insustituibles,
y olvidar personas inolvidables.
Ya hice cosas por impulso,
ya me decepcioné de personas que pensé que nunca me decepcionarían,
pero también yo decepcioné a alguien.
Ya abracé para proteger,
ya reí cuando no podía,
ya hice amigos eternos,
y amigos que nunca volví a ver.

Ya amé y fui amado,
pero también, ya fui rechazado.
Ya fui amado y no supe amar.

Ya grité y salté de tanta felicidad,
ya viví de amor e hice juramentos eternos,
pero también fallé muchas veces.
Ya lloré escuchando música y viendo fotos,
ya llamé sólo para escuchar una voz,
ya me enamoré por una sonrisa.
Ya pensé que me moriría de tanta tristeza
y tuve miedo de perder a alguien especial
(y terminé perdiéndolo).
¡Pero sobreviví!
¡Y todavía vivo!

No paso simplemente por la vida.
Y tú tampoco deberías simplemente pasar.
¡Vive!
Es bueno es ir a la lucha con determinación,
abrazar la vida y vivir con pasión,
perder con clase y vencer con osadía,
porque el mundo pertenece a quien se atreve,
y la vida es demasiado preciosa
como para considerarla insignificante.

“Estar enamorado” de Luis Fernando Bernárdez

Estar enamorado, amigos, es encontrar
el nombre justo a la vida.
Es dar al fin con las palabras que para hacer
frente a la muerte se precisa.
Es recobrar la llave oculta que abre la cárcel
en que el alma está cautiva.
Es levantarse de la tierra con una fuerza que
reclama desde arriba.
Es respirar el ancho viento que por encima de
la carne respira.
Es contemplar, desde la cumbre de la persona,
la razón de las heridas.
Es advertir en unos ojos una mirada verdadera
que nos mira.
Es escuchar en una boca la propia voz
profundamente repetida.
Es sorprender en unas manos ese calor de la
perfecta compañía.
Es sospechar que, para siempre, la soledad
de nuestra sombra está vencida.

Estar enamorado amigos, es descubrir dónde
se juntan cuerpo y alma.
Es percibir en el desierto la cristalina voz de
un río que nos llama.
Es ver el mar desde la torre donde ha quedado
prisionera nuestra infancia.
Es apoyar los ojos tristes en un paisaje de
cigüeñas y campanas.
Es ocupar un territorio donde conviven los
perfumes y las armas.
Es dar la ley a cada rosa y al mismo tiempo
recibirla de su espada.
Es confundir el sentimiento con una hoguera
que del pecho se levanta.
Es gobernar la luz del fuego y al mismo tiempo
ser esclavo de la llama.
Es entender la pensativa conversación del
corazón y la distancia.

Estar enamorado, amigos, es adueñarse de
las noches y los días.
Es olvidar entre los dedos emocionados la
cabeza distraída.
Es recordar a Garcilaso cuando se siente la
canción de una herrería.
Es ir leyendo lo que escriben en el espacio las
primeras golondrinas.
Es ver la estrella de la tarde por la ventana de
una casa campesina.
Es contemplar un tren que pasa por la montaña
con las luces encendidas.
Es comprender perfectamente que no hay
fronteras entre el sueño y la vigilia.
Es ignorar en qué consiste la diferencia entre
la pena y la alegría.
Es escuchar a medianoche la vagabunda
confesión de la llovizna.
Es divisar en las tinieblas del corazón una
pequeña lucecita.

Estar enamorado, amigos, es padecer espacio
y tiempo con dulzura.
Es despertarse una mañana con el secreto de
las flores y las frutas.
Es libertarse de sí mismo y estar unido con
las otras criaturas.
Es no saber si son ajenas o son propias las
lejanas amarguras.
Es remontar hasta la fuente las aguas turbias
del torrente de la angustia.
Es compartir la luz del mundo y al mismo
tiempo compartir su noche obscura.
Es asombrarse y alegrarse de que la luna
todavía sea luna.
Es comprobar en cuerpo y alma que la tarea
de ser hombre es menos dura.
Es empezar a decir siempre, y en adelante no
volver a decir nunca.
Y es, además, amigos míos, estar seguro de
tener las manos puras.

“Lo que necesito de ti” de Mario Benedetti

No sabes cómo necesito tu voz;
necesito tus miradas
aquellas palabras que siempre me llenaban,
necesito tu paz interior;
necesito la luz de tus labios ¡Ya no puedo seguir así!
Ya... No puedo.
Mi mente no quiere pensar
no puede pensar nada más que en ti.
Necesito la flor de tus manos
aquella paciencia de todos tus actos
con aquella justicia que me inspiras
para lo que siempre fue mi espina
mi fuente de vida se ha secado
con la fuerza del olvido.
Me estoy quemando;
aquello que necesito ya lo he encontrado
pero aun ¡Te sigo extrañando!

“Adiós” de Mario Benedetti

Hay muchas formas de despedirse,
dando la mano,
dando la espalda,
nombrando fechas,
con voz de olvido,
pensando en nunca,
moviendo un ramo ya deshojado.
Por suerte a veces queda un abrazo,
dos utopías,
medio consuelo,
una confianza que sobrevive y entonces triste,
el adiós dice que ojalá vuelvas.
Este adiós que te guardo
está madurando con los días.
Exprimo nuestra vivencia
y no la dejo quedarse
en el pasado.
No puedo avanzar contigo
porque te deseo a cada instante
y desear lo que no se puede tener
es como escribir
sin que nadie te lea.
Eso seguro que lo entiendes.
Te quiero, pero no deseo luchar
contra el destino
Disfrutaré de vez en cuando
de tu recuerdo
que seguirá alterándome.

“El hombre mata lo que ama” de Oscar Wilde

El hombre mata lo que ama ¡que nadie lo dude! 
Unos lo hacen con miradas vacías,
los cobardes con falsa cordialidad,
los valientes con la verdad;
otros matan el amor al empezar;
algunos lo hacen tarde sin avisar
y a traición; los hombres que
se creen libres lo matan por miedo;
algunos dicen amar profundamente
y después lo olvidan;
unos pocos defienden el amor,
pero a menudo lo confunden con las sábanas,
todos quieren ser amados,
pero eso es avaricia; todos anhelan al amor,
pero el amor se esconde
porque presiente lo que va a pasar.
Los hombres matan lo que más aman ¡Nadie lo olvide!

“Quiero” de Jorge Bucay

Quiero que me oigas sin juzgarme.
Quiero que opines sin aconsejarme.
Quiero que confíes en mí sin exigirme.
Quiero que me ayudes sin intentar decidir por mí.
Quiero que me cuides sin anularme.
Quiero que me mires sin proyectar tus cosas en mí.
Quiero que me abraces sin asfixiarme.
Quiero que me animes sin empujarme.
Quiero que me sostengas sin hacerte cargo de mí.
Quiero que me protejas sin mentiras.
Quiero que me acerques sin invadirme.
Quiero que conozcas las cosas mías que más te disgusten.
Que las aceptes y no pretendas cambiarlas.
Quiero que sepas que hoy puedes contar conmigo.
Sin condiciones.

«Mi pequeño bebé del cielo» de Andrea Fernández

Mi pequeño bebé del cielo, te siento, sin poderte ver,
y en las noches de tormento, es cuando trato de entender
¿Cómo es que alzaste el vuelo, poco antes del amanecer?
¿Cómo se puede extrañar tanto, a quién no se pudo conocer?

Mi pequeño bebé del cielo, pedacito de mi vida
mamá ya no es la misma, desde el día tu partida.
De forma constante me acompaña, esta ingrata herida,
herida que quedó en mí, cuando supe que te perdía.

Mi pequeño bebé del cielo, guerrero chiquito y valiente,
mamá orgullosa de ti, cada día se siente.
Eres mi hijo a distancia, y aun así estás presente,
aprendí a ser tu madre, aunque ya no pueda verte.
Juntos hemos creado, el mejor pacto de amor,
y con tus señales hijo, que solo entendemos los dos
me has enseñado que lo esencial es invisible a los ojos,
pero no a los ojos del corazón.

Mi pequeño bebé del cielo, mi pequeño Peter Pan,
serás siempre mi niño, mi niño por la eternidad.
Entre nubes y prados verdes, por siempre correrás,
con tus mejillas rojitas, con tus amigos jugarás.
Mamá esperará paciente, ya nos vamos a encontrar.
No ahora hijito mío, pero ese día llegará.

¡Espérame!, mi pequeño bebé del cielo,
en mis brazos te cargaré, oh hijo mío ¡cuántos besos te daré!
Te colgarás de mi pecho, y de amor te nutriré,
y todo lo que la vida nos negó,
finalmente te entregaré.



La niña de la lámpara azul de José María Eguren

En el pasadizo nebuloso
cual mágico sueño de Estambul,
su perfil presenta destelloso
la niña de la lámpara azul.

Ágil y risueña se insinúa,
y su llama seductora brilla,
tiembla en su cabello la garúa
de la playa de la maravilla.

Con voz infantil y melodiosa
con fresco aroma de abedul,
habla de una vida milagrosa
la niña de la lámpara azul.

Con cálidos ojos de dulzura
y besos de amor matutino,
me ofrece la bella criatura
un mágico y celeste camino.

De encantación en un derroche,
hiende leda, vaporoso tul;
y me guía a través de la noche
la niña de la lámpara azul.
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